Hay un instante bastante polongado en que las ideas vacacionan en algún espacio paralelo y añosluzmente alcanzable. La sensación es espantosa, una cacerola hirviente conteniendo tu cuerpo (si contención es la palabra). Se siente una fiebre acechante pero la cabeza no cede. Te retiene el pensar con quehaceres y cotidianeidades, con números, planes y trabas de persona. Es como si dentro tuyo hubiese en este momento truenos y refucilos aterrantes y el quiebre del cielo para por fin llover no llegara nunca.. entonces todo se quedaría atascado en ese altar infinito y la humedad te sofocaría por completo. Como una tierra con sequía, que lo único que logra es muerte.
A veces el momento llega y a veces no, por eso el poeta se enferma. Porque la barrera que ha logrado vencer tantas veces, a menudo se instala obstaculizando la ruta a llegada, el encuentro con un amigo, el beso sabor vino, el dejo corporal sobre la cama elástica, el sorbo de café pasando por la garganta y entibiándola, el agua caliente de la ducha en invierno, el chocolate derritiéndose en la boca, el grito del unísono amoral en la cama, la lluvia fría que quiebra el cielo, y parte la tierra con un rayo y forma una grieta que luego se llena de agua y los pescadores pescan jadeando, contentos, repletos de alegría... agradeciéndole a Dios que ha hecho que llueva pero en verdad debería agradecerle al poeta, que eleva su grito en prosa a la pluma, y la pluma vence la barrera cotidiana de la corteza terrenal.
1 comentario:
Aquellos momentos eternos, hermosos. Efímeros.
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